miércoles, 23 de junio de 2010

Carta


A continuación se desarrolla una carta de una hija que puede buscar y buscarse, dirigida a su padre que nunca dejó de salir a la búsqueda: Margarita Pesoa a Quique Pesoa:

Silencio. Noche. Rocío y grillos. Calma. Mi cuerpo es blando. Es de trapo. Soy una muñeca de trapo. Me recuesto en el sofá de la galería con los ojos muy abiertos y fijos en la llama de una vela. Respiro muy lentamente. No me muevo ni gasto energía. Soy de trapo. Soy de piedra. Soy estatua de sal. De arena. De agua de estanque. La quietud me llena, me envuelve y se hace dueña de mí. Silencio. Los pensamientos duermen. No se preguntan nada. Nada cuestionan. Nada comentan. Todo duerme. Solo la llamita, pequeña, viva, se agita temblorosa en el espacio nocturno. La veo. Ya nada veo sino el ovalo amarillo, con otro ovalo mas pequeño y naranja en su interior. Fuego de vida. Llamita de mi alma. Mi llamita, que me abraza y me da luz y calor. Me contiene y me protege. Me hace bien. La llamita es mi casa. Yo vivo ahí, en una llamita pequeña, tibia y buena. Ahí me siento muy cómoda. Y desde adentro puedo ver la noche. Las estrellas tranquilas. Veo también la galería y el sofá. Y veo en el sofá esa muñeca de trapo que es mi cuerpo. Desarticulada, inerte, mirando fijo la llamita de la vela. Sin pensamientos. Una muñeca vacía. O maciza, compacta, sin intersticios. Nada la habita. Yo no vivo ahí. Yo puedo verla desde mi casa luminosa. Ahora, un pensamiento despierta.
Se mueve sinuoso como un gusano en la muñeca. Se pregunta algunas cosas que no recuerdo porque no importan. El gusano despierta a otro gusano y juntos se enredan en un tercero, y forman una hipótesis que un cuarto gusano se encarga de desestimar. Desde mi llamita intento controlar a los gusanos. Les hablo suave, dulcemente. Los tranquilizo y así vuelven a dormir. Me queda un gusano; solo uno, lento y preciso. Me pregunto quienes son ellos. Ellos no son yo. Yo no soy ellos. Yo no habito donde ellos están. Los gusanos, que son millones de pensamientos que casi nunca duermen, se encargan de criticar, dudar, suponer, juzgar, dictaminar y condenar. Ellos tienen un cúmulo de información acerca del mundo, la gente, lo correcto e incorrecto, lo bello y lo feo. Ellos también construyen y conforman un edificio que se llama personalidad. Y los gusanos viven en un mundo duro y frío (no como mi llamita), en un mundo en donde rige una ley absoluta, incuestionable; y ellos la hacen cumplir con una fuerza brutal. Cuando sus leyes se incumplen, hay castigo y dolor para ellos mismos y para la muñeca, que queda rota y golpeada, y es encerrada en una celda y amordazada para que no hable. Pero yo los veo desde mi casita de luz. Y se que no son reales. Se que ellos se construyeron a sí mismos, y así como ellos no existen, tampoco existen sus leyes, que se pretenden inquebrantables. Yo, todo lo que pienso que soy yo, en realidad no lo soy. Mis cualidades, mis defectos, mis errores. Mis grandes y famosas imposibilidades. Lo que dicen de mí. Lo que digo de mí. Todo lo que digo de los otros y del mundo. Es una torre de ideas flotantes. Yo no soy eso. Quien soy?... quien soy?... soy una niña y vivo en un rinconcito. Quiero ser libre. Lo soy. Me gusta jugar, cantar. Me gustan los abrazos y los besos. Me gusta acariciar a los animales. Amo a los arboles, son mis amigos. No sé muchas cosas. Creo que sé muy poco. Apenas estoy aprendiendo. Yo no habito mi mente. Mi mente compleja, enredada. Mi mente es un griterío. Son miles de voces que hablan a la vez y ninguna puede escuchar. Me confunden. Me hacen creer que estoy ahí y me hacen sufrir. Me juzgan muy duramente. Me reclaman que sea otra; quieren que sea perfecta, que me meta en un molde en donde no puedo caber porque tengo otra forma. Y querer entrar en esa caja me duele, me aprieta el cuerpito... ay... no... No voy a entrar ahí; porqué tengo que entrar si yo no soy así?... quieren que entre para complacer a los demás, para ser aceptada y amada. Pero los otros están ocupados sufriendo porque ellos también tienen sus gusanos y sus moldes perfectos en donde están intentando entrar. Y también les duele. Y el dolor hace enojar a los gusanos, que destilan un veneno mortal. El veneno se nos chorrea por todo el cuerpo, y se dispara hacia otros cuerpos. Nos lastima y lastima a otros. Pero yo no quiero ese veneno. No es mío. Yo no soy así; yo solo sé amar. Amar y comprender. Y sé que puedo ganar, porque los pude ver desde la vela. Sé que ellos son inventos autocreados; son un sueño, una ficción; son parte del circo humano. Y yo, mi verdadero yo, mi yo íntimo, pequeño y cálido, no vive en mi mente. Yo vivo en el pecho. Y vivo en mis manos. Vivo en los pulmones y en el ombligo. Y en mis manos suaves y un poco huesudas. Ahí estoy yo, que soy energía; soy una llamita pequeña.
Creo que la cultura humana es un sueño colectivo. Es el juego que juegan todos los gusanos humanos entrelazados. Incluye todas las creencias, las reglas sociales, las instituciones. Recibimos el disciplinamiento necesario para jugar este juego, que nos impone sus duras reglas. Los que se aparten de ellas, están locos, son feos y están equivocados. Nos castigamos y nos recompensamos en función de esas reglas, y nos comportamos solo para complacer a los demás. El motor que nos empujar cada mañana es el miedo. Miedo a no ser aceptados, a no ser amados. Ese temor nos va alejando de nuestros propios deseos, de nuestro amor propio. Entonces fingimos, mentimos, nos cubrimos de mascas sociales. Pero nunca vamos a ser lo suficientemente buenos, nunca vamos a ser perfectos porque esa perfección es una máquina de tortura. Y el dolor nos anestesia. Las mentiras que fabricamos son tantas y tan viejas que ya nadie se conoce a si mismo. Todo aquello que pensamos y decimos que somos, no es cierto. No sabemos quienes somos. Tapamos nuestros genuinos deseos con montañas de temores que se transforman en creencias. Lo que creo que soy es un edificio construido durante un proceso de represión llamado educación. Estamos idiotizados, y nuestro verdadero ser está hecho nada, viviendo penosamente en un rinconcito. Estamos tapados por mil capas, velados, tratando de respirar abajo de una montaña de estiércol.
El mundo tal como lo conocemos es un lugar prefabricado, acabado, en el que nadie es feliz. La felicidad viene de a ráfagas pocas veces en la vida porque estamos muy ocupados sufriendo; porque nuestras llamitas no pueden adaptarse a tantos requerimientos. Así, no nos damos cuenta de que no somos libres. Y como vivimos en una vorágine llena de voces y de información inútil, y trabajamos muchas horas para pagar un alquiler, unas cuotas y los impuestos, ni siquiera tenemos tiempo para llorar los juicios y castigos que nosotros mismos nos imponemos. No hay tiempo ni siquiera para llorar. Vivimos en un sueño de gusanos, que se agitan y gritan, y no nos dejan en paz.
Nos parece una locura cuestionar nuestras creencias compartidas. Nos provoca miedo e inseguridad. Nos resulta imposible cuestionar nuestro sistema de valores, aun cuando vayan en contra de nuestra propia naturaleza. Tenemos miedo de vivir y de expresar quienes somos realmente. Pero tenemos que ser muy fuertes. Tenemos que convertirnos en guerreros de nuestra propia felicidad. Nosotros los humanos somos seres creadores. Creamos entre todos esta realidad y podemos cambiarla si no nos hace felices. Solo tenemos que ejercer nuestro poder creador. Individualmente, este mundo de ilusión nos fue impuesto en la domesticación. Nunca elegimos esta realidad, pero finalmente nos rendimos. Aceptamos nuestra infelicidad día a día, y ahora imponemos esas reglas a nuestros hijos, que son nuevas llamitas libres, en proceso de amordazamiento.
Necesitamos parar. Bajarnos de la calesita y mirarla parados un rato desde afuera, ahí donde siempre se paran los padres para saludar al niño cuando da la vuelta. Ahí, desde afuera. Pero para bajar de la calesita hay que pararla, hay que detener la comparsa que nos nubla la mente. Acallar la mente; hablar suave y amablemente con los gusanos y mandarlos a dormir. A dormir, niños, ya hicieron mucho ruido. Un poco de silencio, humanidad.
Supe que mi mente juzga a todos y a todo. Mi mente es un verdugo insoportable, especialmente conmigo misma. Genera y cree sus propias patrañas. Se traga su propio veneno y el de los demás. Siempre quiere tener razón. Necesita explicar y justificar todo, aunque sea con una ilusión, para hacerme sentir segura. Creo que así se comporta también la mente de todos, que es la construcción colectiva humana. Necesitamos trascender la mente y llegar al lugar más genuino posible, en donde aun somos niños. Ese lugarcito cálido lleno de amor. Cuando podamos cuestionar y derribar el muro de ilusión y de miedo, vamos a ver que la verdad y la belleza están en todos lados porque viven en nosotros. Cuando podamos llegar a nuestra llamita colectiva que quiere crecer y expresarse tal cual es, vamos a llegar a la verdadera libertad.

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